Steamworld Dig
Image&Form
Nintendo 3DS (e-Shop)
2013
Como los videojuegos cuentan ya con varias décadas de recorrido, cada vez se oyen más voces que defienden su madurez como medio, que discuten cuántos de los títulos del año deberían figurar en los temarios escolares con el resto de vacas sagradas del Arte Moderno (™) y, de entre ellos, a cuál le corresponde ser este trimestre nuestro Ciudadano Kane del ocio interactivo. A veces esas voces suenan a pataleta de adolescente que solo pide respeto para su hobby, otras a la súplica desesperada de quien necesita que los suplementos culturales les den el visto bueno antes de abalanzarse sobre el Duty a calzón quitado. De vez en cuando se oye alguna que llega a resultar convincente, esto también ha pasado.
Aquí tengo que reconocer que la posible madurez de los videojuegos es algo que jamás me ha quitado el sueño, y sin embargo, nunca dejará de sorprenderme su capacidad para reinventarse desde los reciclajes aparentemente más humildes. Una mecánica puesta al día por aquí, un retoque en los escenarios por allá, y un solo juego puede conseguir que todo un género parezca moderno de nuevo. Como treintañero camino de la cuarentena, con entradas al viento y el colesterol por las nubes, más que el hacerse mayor valoro en los videojuegos su habilidad para no parecer viejos.
También tiene su mérito, no se crean.
Steamworld Dig es un plataformas clásico que respeta cada convención del género salvo por un detalle tan sencillo como sugerente: ¿y si en tu Mario favorito no hubiera espacio al que saltar? Nuestro robot minero tiene una serie de objetivos ocultos bajo tierra, y con ayuda de su pico, irá abriendo camino hasta la siguiente galería. Pero no hay superficies a la vista, ni banderas ni señales marcando la ruta. En algún lugar, ahí abajo, hay una meta, pero cómo llegar a ella es cosa de cada uno. Cada metro ganado quedará abierto para lo que quede de partida, así que es función del jugador asegurarse el camino de vuelta, abrir túneles en el suelo con un ojo puesto en las entrañas de la mina y el otro en el regreso. Por el camino se desentierran vetas de minerales que luego se venden en la superficie, y con ese dinero se mejoran las herramientas. Se explora para optimizar recursos y se optimizan recursos para poder explorar, no hay más juego. El combate, la pincelada de RPG y ese diseño tan agradecido de robots vaqueros son añadidos coloridos, pero a la larga intrascendentes y que nunca despistan de lo que tiene que importar: trazar caminos de dos sentidos donde antes solo había roca. Poner tú la plataforma que te tiene que llevar de A a B sabiendo que más pronto que tarde habrá que desandar lo cavado.
Jugar a Steamworld Dig es una experiencia interesante no solo por sus méritos (que los tiene, y muchos) sino por las reflexiones que sugiere sobre los mecanismos del género. Como buen plataformas es un laberinto plagado de habitaciones secretas, callejones sin salida y objetos aparentemente inaccesibles que al final se consiguen con un poco de maña y enormes dosis de paciencia. Pero a la vez, es un laberinto sin caminos, o más bien, con tantos caminos como jugadores. El mapa retrata al usuario, y por definición no puede haber dos iguales. Al acabar la partida, el escenario de Steamworld Dig dice algo sobre cada uno de nosotros: el que ha bajado en línea recta, el que explora cada rincón, el que necesitó de los power-ups de la tienda y el que ha luchado por descender por sus propios medios. Luego es cierto que el juego se permite licencias sobre su propia fórmula. Los túneles que guardan las mejoras imprescindibles se regeneran al salir, con lo que los estropicios en esas zonas no dejarán consecuencias a largo plazo. Hay un teletransporte por mina que nos devuelve a la superficie, y siempre se pueden comprar escaleras que unan dos puntos que la torpeza ha hecho inaccesibles. Ninguna partida se quedará sin terminar por culpa de un mal trazado de las galerías, y es una lástima, pero también es la manera de permitir que cada uno juegue como Dios le dé a entender. Atolondrado o con precisión cartesiana. De las dos maneras a la vez, si la cabeza le da para tanto.
Steamworld Dig no aparecerá en ninguna lista de lo mejor del año, incluida la mía. Difícilmente se mencionará en los debates sobre arte y videojuegos, no busca reacciones emocionales ni esconde ningún tipo de subtexto. Pero hace un comentario original sobre las mecánicas de uno de los géneros más trillados del medio, y consigue por el camino que de alguna manera parezca nuevo. No tanto como para disimularle las arrugas, claro.
Lo justo para dejarlo resultón.
Lo compré ayer (no pude aguantar más, le tenía muchas ganas) y tras jugar media hora larga he de decir que el juego es estupendo. Da gusto jugar a juegos con las ideas tan claras y tan cuidados.